RESEÑA: 1984, DE GEORGE ORWELL


¿Qué opinarías sobre leer un libro a sabiendas de que quedarás traumad@? 


©Anayra Pimentel, 2019

La anterior no es una pregunta retórica… ¡o puede que sí!… dependería del contexto y del momento en que la misma sea formulada. No obstante, es aplicable en esta entrada toda vez que voy a hablar de 1984, de George Orwell.

Voy a comenzar realizando un acto de confesión al más puro estilo católico: “me fastidiaba leer las reseñas de 1984; no entendía el porqué es considerada por muchos parte de la literatura de culto (por no decir clásicos) y que estuviese dentro del listado de los cien mejores libros de la Literatura Universal. Toparme con sus distintas portadas fuese en las redes, en librerías o en páginas webs, me calentaba la sangre.” , pero ocurrió que decidí leer los cien mejores libros de la Literatura Universal antes de llegar a la siguiente década de mi vida.

1984, de George Orwell”, no es el título más atractivo; tengo serios problemas con los números como título de una novela, o serie, o película, o cualquier titulación en general (… y no me pregunten porqué, que yo ni idea). Es decir, yo no termino de comprender cuál es el afán de usar números en libros de literatura, o al menos, que usen los símbolos, ya que no tengo inconvenientes cuando están en letras, por ejemplo, “Seis de cuervo, de Leigh Bardugo”, o “Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda”, por mencionar algunos.

Dejando de lado mi animadversión con los títulos en número (lo siento Haruki Murakami, sigues relegado junto a tu 1Q84 en mi lista de pendientes), otra de las razones por las que nunca me sentí atraída a la lectura de “1984, de George Orwell”, es porque no me gustan las distopías; no las rechazo en su totalidad, pero les tengo un “miedoso respeto” desde que me leí la saga de “Los juegos del hambre, de Suzanne Collins” y quedé traumada con la historia de fondo.

Soy muy ansiosa y el futuro, ese mañana lejano e inexplicable, es la incógnita que me destroza el corazón y la vida; pensar en el futuro de la humanidad me genera episodios filosóficos muy nihilistas, y no creo que sean lo mejor. Así que saber que “1984, de George Orwell”, trata no sobre un futuro, sino sobre un pasado que pudo ser plausible, y que aún en día nos acecha con hacerse realidad, provocaba en mí un rechazo quasi total.

Pero decidí abandonar mi zona de confort y aventurarme en su lectura y puedo decir que… 


¡SÍ, TERMINÉ TRAUMADA!


No sé que poner aquí, porque sobre “1984, de George Orwell”, todo se ha dicho; si colocas en el barra de búsqueda de Google: 1984, el resultado será está novela. Desde la información básica en Wikipedia, hasta reseñas en páginas webs de venta de libros, blogs de renombre y un largo etcétera. O sea, yo tendría poco que escribir, más allá de mi impresión con este libro.
Decir que para ser uno de los cien mejores libros de la Literatura Universal es una lectura ágil, envolvente eso sí, y asfixiante… ¡muy asfixiante!

En el mundo que nos presente George Orwell la felicidad era un mito, en el que la única victoria posible estaba en un lejano futuro mucho después de la muerte; la cordura era cuestión de estadísticas; los hombres son infinitamente maleables y, el control del pasado depende por completo del entrenamiento de la memoria.

Es un mundo dividido en tres superpotencias: Oceanía, Eurasia y Asia Central. Londres, donde se desarrolla la trama, o lo que queda de él, viene siendo la capital de Oceanía, que es gobernada por un partido único, el INGSOC, a través de los Ministerios: del Amor, de la Verdad, de la Abundancia y de la Paz. La sociedad está dividida en dos grandes bloques, los miembros del Partido Interno, y los miembros del partido en general; luego están los proles, como una subespecie y al final de la cadena, los prisioneros de guerra o esclavos. Siempre ha habido, hay y habrá una guerra en ese futuro. Controlan el pasado y han impuesto la Neolengua para manejar aún más a las personas.

En ese ambiente opresivo surgen, no obstante, personas que usan la cabeza, la capacidad de doblepensar, como el protagonista Winston Smith y su amada Julia, pero los mismos caen presos del sistema pese a creer firmemente que “si podemos sentir que merece la pena seguir siendo humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos derrotado.”

En escenas puntuales como estas es que no logro meterme en la cabeza hasta comprender el porqué; y menos sabiendo que el derrotero de la humanidad pudo ser exactamente ese, u otro aún más cruento, y que un reluciente mundo antiséptico de cristal, acero y cemento, en el cual la ciencia y la tecnología se desarrollan a una velocidad prodigiosa y en donde parece natural que el desarrollo no se interrumpa, nunca, nunca fuese algo más allá que una ilusión pasajera… ¡y pecaminosa!

Los humanos viviríamos solo con la convicción de que mientras seamos humanos, la muerte y la vida vendrían a ser lo mismo; con la única diversión de cantar una y otra vez unos versos machucados hasta el cansancio, creyendo firmemente que se acababan de inventar.

Merced a mi disgusto personal por este tipo de obras, no se desmerece un amplio aplauso de pie, porque el manejo del autor es impresionante. Logra adueñarse de tus sentidos, de transmitir las sensaciones, y de paso drenar tu alma. Cuando hube terminado de leerlo, quede en un estado de desencanto con la humanidad tan grande, que me puse a ver muñequitos infantiles en un intento por recuperar algo de alegría… ¡sí, estoy hiperbolizando!

Recomiendo su lectura, con reticencias y con advertencias, no creo que sea apto para lectores susceptibles. Pero si eres un valiente, o simplemente ya te hieda la vida, como decimos por estos lares, ¡adelante y no te detengas!

Puntuación: 4/5

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