#Cuarentena

©Anayra Pimentel 2020


He elegido un tipo de letra normal para escribir esta entrada; no tengo ni idea de qué cosa quiero compartir. La cuarentena a raíz de la pandemia provocada por un virus al que los expertos han bautizado como Covid 19 me tiene la cabeza convertida en un hervidero de ideas y pensamientos ramdon. 

Cuando eso sucede tiendo a bloquearme. Mientras más rápido funciona mi azotea, menos acciones toma mi cuerpo. Es extraño y no sé si a alguien más le ocurre lo mismo. Cuando esto ocurre tengo conversaciones épicas con mi Yo interna dignas de plasmar en papel por lo de entretenidas y fuera de serie, pero nunca puedo sacarla de los confines de mi masa encefálica, así de irónico y frustrante. 

Tengo mi propia teoría al respecto, que quizás no le importe a nadie, ¡pero bueno, hay tiempo de sobra para aprender a ser tolerantes y practicar el seguir de largo cuando algo no sea de nuestro agrado! 

Mi teoría va de que mi cabeza procesa demasiado rápido ciertas cosas cuando me veo sometida a experiencias generadoras de ansiedad (y en esta situación estamos todos), resultando en un sentimiento de desasosiego que me agobia al punto de detener todo intento de hacer que pueda tener. Lo malo en mi caso es que me pasa demasiado seguido, como si todavía no hubiese superado la etapa del adolescente llena de temores e incógnitas imposibles de solucionar. 

En fin, que demasiadas veces durante un periodo de 365 días (366 en este caso) la vida se me viene arriba y yo no sé como responder. ¡Es que no sé! Y pues menos voy a saber enfrentarme a una situación que escapa totalmente de mi control, más allá de mantenerme en casa siendo parte del eslabón disociante de una peligrosa cadena de contagio que parece querer acabar con la raza humana. 

Y es que (sí, pretendo seguir con mi letanía) me ha dado por pensar en que ¡YA NO MÁS! Que la vida no me va a dar para comenzar una nueva vida desde cero en otro lugar lejos de la placenta, esa que tengo muy bien esquematizada en tableros de Pinterest; que no me va a dar la vida para terminar de leerme la lista de los mejores 100 libros de la Literatura Universal; ni podré viajar; ni presionarme a salir de mi zona de confort, y ya que estamos, que la vida no me va a dar para concentrar esfuerzos y bajar esas cuarenta libras de sobrepeso y no morir de diabetes antes de los 50. 

¡Bueno, que quizás sí me de la vida y que yo estoy siendo demasiado fatalista! Pero es que exactamente ese es el tipo de pensamientos que me nacen del subconsciente a cada rato y tengo que buscar en que entretener la mente antes de que mi cordura se cuelgue de cabeza del cojollito de una mata en el patio de mami. Pero cuando busco que hacer, me quedo como zombi, mirando a la distancia con el hemisferio izquierdo del cerebro en blanco y el resto barajando opciones desastrosas. 

Al menos intento escribir, y aunque no me salen las palabras como quisiera, y que tras cada oración finalizada el sentimiento de derrota y de para qué carajos estoy escribiendo una historia de ficción y no un tratado de derecho, siento que es lo mejor que puedo hacer por mí misma. Que quiero ser egoísta, eso no es un secreto para mí; que me está recomiendo la consciencia no ser más empática, ya son otras papeletas de lotería. 

Y nada, que aquí estoy, sobreviviendo a la cuarentena con la mejor cara, que es la misma que he tenido antes, ya que para mí el mundo es una constante agónica, pero el tiempo no está para que un ser egoísta llore demasiado sus penas personales cuando más personas necesitan toda la atención. 

Espero que la vida me de, para ver si de una vez por todas muevo el culo y me salgo de mi zona de confort. 

Es posible que dentro de un mes o menos, elimine esta entrada. Justo hoy, se ha sentido bien escribirlo. 

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